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De Venezuela a Brasil: la frontera del silencio


La doctora le decĂ­a que tenĂ­a una infecciĂ³n pulmonar, pero ella no le entendĂ­a. Junia Cajazeiro le hablaba en un portuguĂ©s pausado, separando las palabras para que su paciente venezolana intuyera quĂ© era ese malestar que la aquejaba desde que saliĂ³ de su paĂ­s para cruzar hasta Brasil, y ella, una joven con la piel desgastada y el cuerpo dĂ©bil, no descifraba sus palabras.
LlegĂ³ una ambulancia y las lĂ¡grimas se apoderaron de su rostro cansado. En medio de ese desespero de saberse en un lugar nuevo, con un idioma que no hablaba y despuĂ©s de haber emprendido una travesĂ­a por tierra para dejar a su Venezuela, solo le preguntĂ³ a la mĂ©dica si le darĂ­an algo que le quitara el dolor que sentĂ­a desde hacĂ­a dos meses atrĂ¡s.
Cuando Cajazeiro, de la organizaciĂ³n MĂ©dicos Sin Fronteras, recibe un migrante en Boa Vista, les habla en portuguĂ©s y algo de “portuñol” mientras se ayuda con el traductor de su telĂ©fono y manuales de salud traducidos al español. Boa Vista, la capital del Estado Roraima, es un municipio de no mĂ¡s de 300 mil habitantes donde arriban los migrantes despuĂ©s de cruzar la lĂ­nea que divide los paĂ­ses.

SĂ¡lvese quien pueda

Solo hay una carretera pavimentada para llegar hasta allĂ¡ y es la mejor opciĂ³n despuĂ©s de pasar la frontera porque Pacaraima, el pueblo que queda en la lĂ­nea divisoria, no tiene mĂ¡s de diez calles, allĂ­ no hay comercio o bancos para conseguir dinero en efectivo y para buscar comida. Solo hay una panaderĂ­a. Llegar a Boa Vista es sinĂ³nimo de esperanza. En ese municipio, que alcanzĂ³ a tener el 10% de su poblaciĂ³n extranjera, hay 13 centros de abrigo con mĂ¡s de 6.000 migrantes.
No todos cuentan con la suerte de llegar a esos albergues. En las cuentas de Cajazeiro puede haber unos 2 mil migrantes en la calle y otros 25 mil viviendo en situaciĂ³n precaria. “Los que estĂ¡n en las calles necesitan abrigo. Otros salud porque vienen de condiciones muy pobres. Llegan madres que nunca han llevado a sus hijos al mĂ©dico”. Ella intenta ser la ilusiĂ³n en ese nuevo comienzo.
La travesĂ­a de esos mĂ¡s de 74 mil venezolanos que estĂ¡n en el paĂ­s comenzĂ³ en Barquisimeto, estado Lara; San CristĂ³bal, estado TĂ¡chira, la misma Caracas o cualquier otro rincĂ³n. Aunque Brasil ocupa el sĂ©ptimo lugar entre los que tienen mayor nĂºmero de migrantes, junto a Colombia y la Guyana Francesa son los Ăºnicos que comparten una frontera terrestre.
En el territorio nacional, segĂºn MigraciĂ³n Colombia, hay 1,4 millones de migrantes. Les siguen PerĂº (466 mil), Chile (325 mil), Argentina (165 mil) y Ecuador (107 mil) de acuerdo con datos de Acnur.
Esa Ă¡rea tiene casi 2.200 kilĂ³metros de distancia y estĂ¡ plegada de zonas boscosas de la Amazonia. Por eso el Ăºnico paso terrestre es el que conduce de Santa Elena de UairĂ©n (Venezuela) a Pacaraima. Todo lo demĂ¡s es verde. Colombia, en contraste, cuenta con un Ă¡rea compartida de la misma longitud, pero tiene siete pasos fronterizos: seis terrestres y uno fluvial. Por eso la esperanza de llegar a Brasil se reduce a solo una carretera.

Un desconocido en el cuarto

Carolina Quevedo contiene el aliento cuando se le pregunta por su camino hasta Brasilia. SaliĂ³ de Barquisimeto, a 182 kilĂ³metros del paso ParaguachĂ³n, que conecta con Colombia. Pero tomĂ³ el camino largo, de 547 kilĂ³metros, hasta Pacaraima porque “Brasil es un mejor destino: hay menos xenofobia y regularizar la situaciĂ³n es mĂ¡s sencillo”.
Llegar es un vaho de esperanza, recorrer los Ăºltimos kilĂ³metros de Venezuela, una odisea. En esa carretera hay retenes de la Guardia Nacional que requisan a los venezolanos y les quitan su dinero, hombres armados, robos, historias de violaciones y poblados donde “hay otra ley”, la de los colectivos y los grupos armados. A unos metros para dejar el paĂ­s, el bus se detiene y ella camina quince minutos.
Cuando una persona cruza el paso fronterizo de la PolicĂ­a Federal el Gobierno y la Acnur estudian su perfil. A las mujeres, familias con niños y ancianos las priorizan para enviarlas a albergues transitorios. Era 28 de septiembre de 2018 y Carolina consiguiĂ³ una posada con otras mujeres.
Se contaban sus historias de la travesĂ­a, del dolor de dejar su paĂ­s y la esperanza de llegar a tierra nueva. Un dĂ­a, en medio de esa conversaciones, quedĂ³ pĂ¡vida cuando una de sus compañeras le contĂ³ que fue violada antes de cruzar la lĂ­nea, en esa tierra de nadie que es Santa Elena de UairĂ©n y las Claritas.
Noches despuĂ©s un hombre entrarĂ­a a su carpa mientras estaba en un albergue de Boa Vista. SaliĂ³, no querĂ­a estar encerrada con un desconocido, pero cuando los militares que hacĂ­an guardia la vieron fuera le ordenaron regresar al toldo que hacĂ­a las veces de su habitaciĂ³n. Y ahĂ­ estaba Ă©l, el compañero inesperado que auguraba quedarse esa noche con ella. No la tocĂ³, pero amenazĂ³ con cortarle la cara si lo delataba.

Con la selva en el camino

Una vĂ­a de mĂ¡s de 700 kilĂ³metros separa a Boa Vista de la otra Ă¡rea urbana cercana, Manaos, Estado Amazonas. DespuĂ©s estĂ¡n la selva, territorios inhĂ³spitos y un largo camino por tierra. Pero en Brasil hay una senda que hace mĂ¡s fĂ¡cil ese trayecto y es que el Gobierno tiene un programa de interiorizaciĂ³n. Cuando un migrante llega a uno de esos albergues y estudian su perfil, lo enlistan para mandarlo a una ciudad del interior.
Alberto Palombo llegĂ³ a Brasil antes de que su Venezuela se desmoronara. ComenzĂ³ la crisis migratoria y Ă©l sus viajes periĂ³dicos a la frontera para ayudar a los migrantes. Roraima es uno de esos Estados que todos los brasileños saben que estĂ¡ en el mapa, pero que muy pocos eligen como destino. Hasta allĂ­ llegĂ³ Palombo y conociĂ³ historias de algunos que “de aventĂ³n” llegaron al interior.
“Es bosque tropical hĂºmedo, la selva amazĂ³nica. Manaos estĂ¡ a las orillas del rĂ­o Amazonas y para llegar allĂ­ es un verdadero desafĂ­o”, dice. Ese mismo aventĂ³n es el que utilizan los migrantes en trĂ¡nsito (caminantes) en Colombia, paso a paso, de parada en parada y con la suerte de que un vehĂ­culo los acerque hasta la ciudad mĂ¡s cercana.
Sin embargo, unos 12.048 migrantes fueron afortunados y entraron en los programas de interiorizaciĂ³n hasta julio de este año. AsĂ­, apareciĂ³ un destino en ciudades del interior, principalmente en SĂ£o Paulo, Dourados y Curitiba, donde fueron enviadas a otros abrigo. Un 13 % tuvo una proyecciĂ³n laboral, segĂºn los datos del proyecto PĂ¡tria Amada.
Alejandra RodrĂ­guez saliĂ³ con sus tres hijos desde San CristĂ³bal, a metros de Colombia. ViajĂ³ durante siete dĂ­as de aventĂ³n, con emparedados de provisiones y su bebĂ© en brazos. Ya estĂ¡ en Brasilia y no ha podido conseguir un trabajo bueno porque no domina el portuguĂ©s, pero hay dos razones que la mantienen allĂ¡. “es uno de los pocos paĂ­ses que no ponen lĂ­mites en cuanto a la documentaciĂ³n” y la xenofobia es algo que aĂºn los migrantes desconocen.

Esto es temporal

Francis Salazar es abogada mercantil y madre de dos hijos. TenĂ­a dos trabajos en Venezuela, pero tuvo que partir sola a esa ruta del silencio. Como Carolina, se le helaba la piel al escuchar las historias de sus compañeras de albergue, un terror que ahora, desde SĂ£o Paulo, recuerda: “Estuve donde estuvieron, pase por donde ellas pasaron. Pude haber sido yo. Estaban todas las circunstancias dadas para que fuera yo”.
No lo fue. Suerte del destino o una bendiciĂ³n divina, fue privilegiada de las jornadas de empleo. AllĂ­ no solo le enseñaron portuguĂ©s, sino que la contactaron con empresas que buscaban trabajadoras con un perfil como el suyo y fue asĂ­ como terminĂ³ trabajando de administradora en una de las ciudades mĂ¡s importantes del paĂ­s y entendiĂ³ que esa frase que se repitiĂ³ durante su travesĂ­a se hizo realidad: “Esto es temporal”.
Temporal, estar en una Venezuela en crisis. Temporal, esos dĂ­as de trĂ¡nsito de un lugar a otro, los albergues de la incertidumbre y el silencio de cruzar sola la lĂ­nea que divide un paĂ­s con una economĂ­a agonizante de otro que aĂºn se sostiene. Pero para otros de los suyos, venezolanos que huyeron de la crisis, esa fase se mantiene como una borrasca que no cesa en sus intentos de buscar suerte en tierra ajena .